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BRASIL | 24 horas en Río de Janeiro

Organizando
minuciosamente la jornada y ajustando los tiempos, es posible realizar
un itinerario que permita –en apenas un día– recorrer los puntos
turísticos más relevantes de la famosa metrópoli brasileña.

Permanecer sólo un día en Río de Janeiro sería casi un sacrilegio. Pero a
veces el destino decide por nosotros y, por alguna razón u otra, tal
vez el viajero deba permanecer apenas 24 horas en la capital carioca.
Entonces, habrá que saber aprovechar el tiempo para conocer al menos los
atractivos principales de la famosa cidade maravilhosa.
Para ello, lo ideal es iniciar el itinerario bien temprano, después de
un sabroso y típico desayuno brasileño –con abundantes y exquisitos
frutos– en el hotel.
MAÑANA
La mañana es propicia para una caminata por Ipanema y Copacabana, sin
apuros, apreciando las extensas playas de arena blanca de un lado y los
coloridos morros del otro, detrás de la línea de hoteles y edificios,
todo impregnado de esa brisa tan particular que se ondea en la Avenida
Atlántica. Transitar estas cuadras es “colocarse” en Río, ingresar a la
atmósfera esencial de la ciudad. Uno pasea cruzándose a cientos de
aerobistas y ciclistas que van de una punta a la otra, observando a la
gente que ya desde temprano se recuesta bajo el sol, chapotea en el
cálido mar o hace gimnasia en los primeros metros de la arena. Todo es
color y buena energía, mientras en el centro de la avenida la suave
ventisca despeina a las palmeras y los almendros.
En este agradable trayecto sólo hay una pausa obligada: detenerse a
contemplar el magnífico e imponente frente blanco del Copacabana Palace,
el tradicional hotel inaugurado en 1923 que engalana a esta zona de la
urbe.
Después del primer pantallazo, lo conveniente es dirigirse a la zona del
centro, aunque antes es aconsejable recorrer un barrio muy particular:
Catete.
Para ello hay que tomar el subte en la estación Siquiera Campos de
Copacabana. En pocos minutos se arriba a esta zona que sorprende apenas
uno asoma la vista a la superficie, ya que aparece ante los ojos un
asombroso edificio de estilo neoclásico coronado por cinco enormes
águilas de hierro. Se trata del Palacio Catete, ubicado sobre la calle
del mismo nombre y sede del gobierno federal hasta 1960, cuando la
capital federal fue trasladada a Brasilia. Ese mismo año se transformó
en el actual Museo de la República, donde se conservan 20 mil libros, 7
mil objetos y 80 mil documentos relacionados con la historia del país.
La edificación, revestida de granito y mármol rosa y blanco, con claras
influencias del Renacimiento florentino y veneciano, sobresale en este
barrio de construcciones coloniales impregnadas del cálido color local
que le dan las peluquerías, supermercados, pequeños restaurantes y
pintorescos bares.
Detrás del palacio, hacia el lado del mar, se encuentra el Jardín
Histórico del Palacio Catete, un hermosísimo parque de 24 mil m² que
abre todos los días de 8 a 18.30. En su amplio predio hay un lago
artificial con tres puentes, tres fuentes, una cascada y numerosas
sendas, además de numerosas palmeras, árboles de frutas típicas y
esculturas.
Otro edificio digno de conocer es el originalísimo Castelinho do
Flamengo, ubicado a sólo cuatro cuadras del parque, en una de las
esquinas más originales de Río, rua Praia do Flamengo y rua Dois de
Dezembro. También conocido cariñosamente como “Castelhinho das brujas”,
debido a improbables leyendas barriales, fue construido en 1918 y es
donde actualmente funcionan el Centro Cultural Oduvaldo Viana Filho y la
Secretaría Municipal das Culturas.
Asimismo, hay que aprovechar la estadía en Catete para conocer el Bar
Getúlio, ubicado haciendo cruz al Palacio y denominado así en homenaje
al presidente Getúlio Vargas, que una vez cumplidas sus tareas sólo
debía cruzar la calle para tomar un refresco o un café en una de sus
mesas ocupadas por poetas y escritores. Entre bohemio y moderno, aún
continúa siendo frecuentado por artistas e invita a pasar un grato
momento en compañía de excelentes platos y tragos.
Desde allí se llega fácilmente al legendario Hotel Gloria, uno de los
edificios más emblemáticos de Río que fue, durante otras décadas, sede
de los encuentros sociales más glamorosos de la ciudad. De impecable
fachada blanca, y con dos parisinas terrazas desde las cuales se puede
contemplar la playa de Flamengo y el Pan de Azúcar, es dueño de
señoriales ambientes donde todo, o casi todo, es de bronce. Con un lobby
en el que abundan muebles de una notable distinción, y salones con
esculturas y aristocráticas cortinas, el Gloria mantiene el glamour de
las épocas doradas cariocas.
A sólo dos cuadras de sus instalaciones se encuentra la estación Gloria
de la Línea 1 de subte, desde la cual, en apenas siete minutos, se llega
a la estación Cinelandia, en pleno centro urbano.
Aquí, donde se mezcla bellamente lo colonial y lo moderno, con la
mixtura de las cúpulas de las iglesias con los frentes espejados de los
edificios de vanguardia, son imprescindibles las visitas al magnífico
Teatro Municipal, la señorial Confitería Colombo, el Palacio Tiradentes y
la iglesia La Candelaria, además de las librerías, ferias y disquerías
de las calles aledañas.
TARDE
Después del ajetreado pero muy disfrutable recorrido matinal, es hora de
almorzar. Para no perder demasiado tiempo, y a la vez comer bien pero
liviano y sin gastar demasiado, la mejor opción es hacerlo en uno de los
clásicos “lanchonete” (algo así como snack bar) del centro. En estos
locales se sirven sabrosos y exquisitos sándwiches, crepes y
fresquísimos jugos de las más variadas frutas.
Una vez alimentados, hay que dedicar la tarde a dos visitas ineludibles:
el Corcovado (Cristo Redentor) y el famoso Pan de Azúcar.
Desde la zona céntrica se puede llegar al morro de la legendaria y
gigante estatua de Jesucristo en ómnibus. Una vez allí se toma un
trencito rojo que parte –cada 30 minutos– de la Estación Ferro do
Corcovado, ubicada en la base de la montaña. El ascenso, entre la espesa
vegetación, lleva 20 minutos y permite apreciar algunas hermosas vistas
de la ciudad, que anticipan las magníficas panorámicas que se pueden
observar desde la cima, además de maravillarse con la gran mole del
Cristo.
De allí al Pan de Azúcar. Hay que combinar ómnibus, o en todo caso hacer
un tramo en taxi. Una vez en el lugar se toma el teleférico que lleva a
la primera parada, el morro de Urca (220 m.); y posteriormente a la
cima de la gran montaña, el Pan de Azúcar (396 m.). Desde ambas se
obtienen las clásicas vistas de Río de Janeiro –la Bahía de Guanabara,
el Parque Nacional de Tijuca–, ésas que de tan maravillosas parecen
inconcebibles.
NOCHE
Después de las dos visitas, es necesario descansar un rato en el hotel
para poder conocer al menos un indicio de la noche carioca. Así que
después de una tardía siesta y un baño reparador, nada mejor que
acercarse a la zona de los Arcos de Lapa, en las cercanías del área
céntrica. Allí abundan los bares y restaurantes donde es posible cenar y
disfrutar de la gran variedad de subgéneros de la música brasileña.
Entre ellos sobresalen Semente y Ernesto (locales de chorinho
auténtico), Asa Branca (reducto de música popular y forró), Carioca da
Gema, Dama da Noite y Rio Scenarium, Emporium 100 y Carioca da Gema
(lugares donde se destacan las llamadas “rodas de samba”).

Lapa, cuna de la bohemia carioca, es la mejor manera de finalizar la
estadía. Sin dudas el visitante regresará exhausto a su hotel, pero más
que feliz de haber conocido una de las más bellas ciudades del mundo.

Fuente: Ladevi
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